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domingo, 23 de agosto de 2015
sábado, 7 de marzo de 2015
viernes, 6 de marzo de 2015
jueves, 3 de julio de 2014
Lugares Comunes
La Planta from Agustin Sirai on Vimeo.
Dr. Claudio Ongaro Haelterman
No es “un lugar común” que existan Lugares Comunes entre dos
artistas, cuando se trata de situarse desde enfoques compartidos con resultados
de producciones visuales tan supuestamente distintas. Este es el caso que une y
re-une a Hernán Salvo y Agustín Sirai.
Lo que los
hace comunes, es decir “como una unidad”, es justamente el
“lugar”, que en tanto que “locus”, es decir “voz”, proliferan como provocación
hacia un espectador ávido por descubrir las ficciones que nos presentan, casi
escudriñando en acto lúdico, apostando sin saber por dónde comenzar a mirar
cada una de las obras.
Hernán Salvo nos presenta su doble juego
diferencial entre la Realidad y lo Real a través de construcciones
escénicas tridimensionales, en donde por un lado enclava la gravidez y lo
gravitacional del suelo como apoyatura de todo lo existente y por otro lado nos
incita a encontrar los intersticios para espiar las ficciones de la vista. Así,
entre la marca de pisadas en un bosque talado, fragmentos de pisos, suelos o
aguas, devastados por lo humano mismo, vemos transitar esa exacerbación de
perspectiva que nos habla además del
paso de la experiencia temporal, marcada por los aros de los troncos o inundaciones
que sólo aluden a un pasado arrasado y restos y vestigios de un futuro
incierto.
Asimismo,
su provocación se hace más intensa cuando nos
desafía a encontrar “las ventanas” por donde poder espiar otras tantas
“ventanas” que como espejos cóncavos y convexos nos permiten y nos prohíben al
mismo tiempo ver lo que ocurre dentro de escenas encapsuladas que no dejan
distinguir entre la verdad y la ficción, porque justamente, no hay tal límite o
borde sino simultaneidad y yuxtaposición.
Si por un
lado el set de filmación es un movimiento que nos saca de
una escena como prueba de su simulacro, por otro lado nos promueve a tomar
distancia y fingirnos dentro de la ficción para crear una
realidad en la que cada espectador se fugue con ella. Por otro lado, ser voyeur
desde una cerradura no puede más que arrojarnos cual ironía a la infinitización
de una perspectiva central pero a través de un pasillo o vestíbulo que como
tal, conecte la más pura interioridad y la más pura exterioridad espaciales.
La titulación de las obras a través de temas musicales no es inocente: un
ritmo que nos acompaña pero que nos abandona en el poder mirar más allá de lo que podemos ver,
insinuándonos la pureza de los secretos que cada uno de nosotros llevamos en
nuestras búsquedas.
Agustín Sirai nos propone lo mismo pero
que no es idéntico. Fragmentos y restos de supuestas islas, suelos o
tierras, vestigios flotantes de una naturaleza despiadada y armónica al
unísono, etéreamente encapsuladas en un vacío sin sostén. Lo gravitacional aquí
como escenario promueve a la disolución y construcción de formas como pantalla mágica o telón de fondo. La
duplicación de la escena en este caso es frontal, constituyendo una ventana de
la ventana, convocándonos desde un espacio anterior a la tela a un otro
posterior de la misma, casi expulsándonos del escenario tras el acertijo de
encontrar algo detrás como supuesta verdad.
Otro modo
de salirse de la representación en sentido clásico para quebrar
la Realidad en lo Real, donde el tiempo y su experiencia dejan marcas
imperceptibles a menos que estemos dispuestos a vivenciar los cambios y
abandonar el resto de las percepciones.
Lo pictórico incita a la búsqueda y a encontrar sostenes para que la
inexistencia o lo ficcional no se caigan; un video que nos desafía a pasar
veinticinco días en tres horas para dejarnos entrever que el mensaje subyacente
ha llegado o demasiado temprano o quizás demasiado tarde; un llamado telefónico
al anonimato generalizado de cualquier pasante
y, en todos los casos, lo irreal que deviene realidad.
Dos
artistas y quizás tres espacios: el anterior, el
posterior y el proprio, tras la búsqueda de un tema inexistente en cuya
triplicación la representación visual nos pone ante el laborioso trabajo de
lectura de una mirada en la minuciosidad del detalle y del fragmento.
En los “lugares comunes” de Salvo-Sirai, sus voces declaman un cruce de
sitios en la experiencia directa de la unidad de un cuerpo, a cuya totalidad
orgánica parecieran adecuarse los lugares, implicando necesariamente un engaño:
para penetrar hasta la supuesta posición de lo verdadero hay que destruir su
unidad, concentrándose uno por uno en sus aspectos por separado, y luego
permitir que este elemento coloree toda nuestra percepción. Un modo de decirnos
también que no es lo mismo el acto de ver que el de mirar más allá del
ojo. En ambos casos, algo o alguien
siempre pareciera marcharse pero siempre algo o alguien pareciera estar
llegando.
Tanto en el
caso de Hernán Salvo como en el de Agustín
Sirai, uno debería renunciar a la noción trivial de una realidad primordial,
plenamente constituída, donde la vista y los otros sentidos se complementaran
armoniosamente entre sí: en cuanto ingresamos al orden simbólico que nos
proponen, una hiancia insalvable separa para siempre al cuerpo humano de su
lugar.
Vemos cosas
porque no podemos mirarlo todo. He aquí donde se
cruzan los lenguajes visuales de estos dos artistas: una gramática que le da
peso y gravidez a la escena enraizándola en su apoyatura como en el caso de Salvo,
o una semántica que disuelve todo sostén de la imagen como en Sirai, para
marcarnos en ambos, que la hiancia que separa el lugar del cuerpo es la misma
que separa lo Real de la Realidad.
En ambos
encontramos un recurrente movimiento escénico de lo
sido o de lo que está por-venir, tanto en el “des-habitar” el
lenguaje de la imagen de Sirai como en el “habitar” la sintaxis reflexiva de
Salvo.
Ambos
parecieran preguntarse: cómo es que los lugares dan sentido?
Cómo es que produce la mirada efectos poéticos? Quizás con la búsqueda de
códigos de lo contingente que ellos mismos constituyen sigilosamente.
El paso
para dejar de ver y más profundamente mirar de este trayecto, sería el
pasaje de la posición, permaneciendo fiel al acontecimiento, asumiendo su lugar
pero sin querer representarlo. Darle pregunta a los lugares, como hacen
estos artistas, mantiene el espacio
abierto para que se den las rupturas en las continuidades entre los cuerpos y
los lenguajes.
Dos
artistas y una misma poética que conjugan sin saber los
verbos que van desde Van Eyck hasta Magritte en la infinitización de los cuatro
espacios estéticos por lo que lucha toda historia de toda percepción visual.
lunes, 24 de marzo de 2014
El último cigarrillo eterno
El último cigarrillo eterno
(No man is an island)
Alguien buscó las hojas
de tabaco y las picó. Alguno envolvió la mezcla con una lámina de papel y formó
un rollo. Uno consiguió fuego y encendió el cigarrillo por un extremo,
aspirando con la boca desde el otro. ¿En qué parte de las islas de AgustínSirai están
los autores de estas acciones?
No existen hombres en esos trozos de bordes imprecisos que flotan,
mayormente, en el centro de las silenciosas piezas; tampoco en sus pinturas minuciosas de “inventarios de taller”. Sí quedan insuficientes
rastros de una presencia, que cuando vino la oscuridad acampó en el lugar. Dejó
ropa, instrumentos, libros; vestigios ligeros que hablan poco de aquel que
ahora falta. ¿Llegó un remolino y se lo llevó? Aunque la tempestad se aquietó y
tras la noche vino el alba, ese otro aquí no amaneció.
Como el último y eterno
cigarrillo del título, la perspectiva de las islas imaginadas por el artista
combina un tiempo pasado, presente y
futuro. Sin principio ni fin, una acción
circular sucede en un escenario casi fantasmagórico. Algo pasó, está pasando,
habrá de pasar allí, en esos islotes suspendidos y, quizá, a la deriva.
La nada es una latente
amenaza pero, en evidente contradicción, mucho permanece en estas pinturas que se detienen
amorosamente en los detalles. El desarraigo es una constante, tanto como cierta
resistencia que anuncia la expansión de la esperanza.
Sirai, que trabaja
todos los días en su taller y enseña en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, suele hablar
de la ausencia como algo “inevitable”. La
presencia de la ausencia es poderosa en estas piezas, quizá como olvido,
también como irrupción de la soledad.
Mientras que en algunas
instancias, las obras describen la llegada de un invierno que mata los colores
y deja al suelo yermo -con árboles tristes que perdieron su follaje y se
disuelven en la bruma-, en la atmósfera romántica de otros archipiélagos aparecen
indicios que desmienten lo inevitable de la catástrofe: despunta
la primavera y corre el agua, los pájaros se
insinúan y las plantas reverdecen.
Ni islas de la muerte ni de las
lágrimas, los sutiles trabajos incluso reflejan materia, movimiento y tiempo. A
pesar de sus paisajes desolados, las obras aluden a la eternidad y proclaman
vida, extinciones y renacimientos.
Los conjuntos solitarios (otro oximoron)
creados por el artista bien pueden ser vistos como metáforas de las relaciones
humanas. Al considerar las conmovedoras y penetrantes pinturas, el observador
-¿deseando, acaso, cambiar las intenciones del artista?- recuerda palabras del
poeta metafísico John Donne. “Ningún hombre es una isla, entero en sí mismo; cada
hombre es un pedazo de continente, una parte de la Tierra… (…) La muerte de cualquier hombre me
disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por eso nunca quieras saber por
quién doblan las campanas; doblan por ti” (Devotions upon Emergent Occasions -Meditation XVII, 1624).
Sirai persiste en la pintura.
Fin.
Victoria Verlichak
lunes, 13 de mayo de 2013
lunes, 5 de noviembre de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
viernes, 10 de agosto de 2012
martes, 17 de julio de 2012
martes, 26 de junio de 2012
domingo, 13 de mayo de 2012
lunes, 19 de diciembre de 2011
lunes, 14 de noviembre de 2011
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