martes, 17 de mayo de 2011

El cielo en un pozo, 24/5/2011 Centro Cultural Recoleta, sala 10

El cielo en un pozo

Una inquietante contradicción sobrevuela este espacio. De un lado el formato capilla de la sala, históricamente asociado a una experiencia religiosa de recogimiento y devoción, y de otro el clima de desasosiego que invade las imágenes que la ocupan.
Un poderoso movimiento parece haber desacomodado todo en estas pinturas y la impronta contenedora de un espacio de tal tradición no pareciera suficiente para volver todo a su lugar.
Algunas de ellas deslizan sin embargo una extraña quietud, pero demasiado parecida a la que sobreviene después de las catástrofes cuando todo movimiento deviene leve.
¿Podría decirse que hay en esta relación un antes y un después?
¿Cuáles son las razones del extrañamiento que producen las pinturas de Agustín Sirai? ¿Cómo entender el contrapunto entre descalabro y quietud que las vincula?
El artista organiza las escenas de un relato en suspenso y deja que el espectador lo maneje a paladar. Algo así como “inventa tu propia historia”. Solo deja algunas pistas y un misterio por desentrañar. Para ello se vale de la pintura, una práctica de larguísima historia; usa códigos que llevan siglos de elaboración e incorpora otros que elabora para esta precisa ocasión. Su pintura es color y línea pero casi más línea que color porque la condición que persigue es la levedad. Y sus signos pictóricos se tornan caligráficos también por que están cerca de nuestro actual modo de ver.
Si durante milenios la pintura fue un sistema de representación que permitió ordenar la apariencia de lo real tanto como servir a narrativas devocionales, heroicas o literarias, ¿que función le toca en este presente laico, atribulado por las consecuencias del consumo y el imperio de la tecnología?
Acaso no pueda ser otra que la de generar instancias de reflexión. Lo que Agustín Sirai articula en este espacio no deja de orientarse en esa dirección. Sus paisajes,-islas desoladas que flotan en el medio de la nada-nos hablan de un mundo fragmentado y sin raíces, donde la condición humana pareciera en proceso de extinción y la catástrofe es inminente o ya acaeció. “La ciencia se ha convertido en el arsenal de los accidentes mayores; en un gran fábrica de catástrofes”, escribió Paul Virilio. Cada nueva producción científica es, al mismo tiempo, la invención de un nuevo accidente como condición inherente y natural, sostiene el filósofo francés.
¿Será por eso que el artista transcribe la naturaleza en una notación minuciosa que enmarca cuidadosamente como modo de retenerla en un espacio ideal? Retener la naturaleza y retener el tiempo sustrayéndolos de la fugacidad del accidente es lo que pareciera expresar Agustín Sirai en el proyecto 100 Días que precedió a esta exhibición y registró puntualmente en su blog el día a día de su producción.
Nada es más fotografiado que aquello que está amenazado en desaparecer, escribió Régis Debray. La tensión que desliza con extrema sutileza la obra de esta artista tiene que ver con la percepción de esa amenaza en un mundo donde el cataclismo siempre se presenta como posibilidad y el cielo ya no se refleja en un pozo sino que a menudo se desploma en él.

Ana María Battistozzi
Buenos Aires, mayo 2011