jueves, 3 de julio de 2014

Lugares Comunes

La Planta from Agustin Sirai on Vimeo.










Lugares Comunes de Hernán Salvo y Agustín Sirai

Dr. Claudio Ongaro Haelterman

        No es “un lugar común” que existan Lugares Comunes entre dos artistas, cuando se trata de situarse desde enfoques compartidos con resultados de producciones visuales tan supuestamente distintas. Este es el caso que une y re-une a Hernán Salvo y Agustín Sirai.

        Lo que los hace comunes, es decir “como una unidad”, es justamente el “lugar”, que en tanto que “locus”, es decir “voz”, proliferan como provocación hacia un espectador ávido por descubrir las ficciones que nos presentan, casi escudriñando en acto lúdico, apostando sin saber por dónde comenzar a mirar cada una de las obras.

        Hernán Salvo nos presenta su doble juego diferencial entre la Realidad y lo Real a través de construcciones escénicas tridimensionales, en donde por un lado enclava la gravidez y lo gravitacional del suelo como apoyatura de todo lo existente y por otro lado nos incita a encontrar los intersticios para espiar las ficciones de la vista. Así, entre la marca de pisadas en un bosque talado, fragmentos de pisos, suelos o aguas, devastados por lo humano mismo, vemos transitar esa exacerbación de perspectiva que nos habla  además del paso de la experiencia temporal, marcada por los aros de los troncos o inundaciones que sólo aluden a un pasado arrasado y restos y vestigios de un futuro incierto.

        Asimismo, su provocación se hace más intensa cuando nos desafía a encontrar “las ventanas” por donde poder espiar otras tantas “ventanas” que como espejos cóncavos y convexos nos permiten y nos prohíben al mismo tiempo ver lo que ocurre dentro de escenas encapsuladas que no dejan distinguir entre la verdad y la ficción, porque justamente, no hay tal límite o borde sino simultaneidad y yuxtaposición.
       
        Si por un lado el set de filmación es un movimiento que nos saca de una escena como prueba de su simulacro, por otro lado nos promueve a tomar distancia y fingirnos dentro de la ficción para crear una realidad en la que cada espectador se fugue con ella. Por otro lado, ser voyeur desde una cerradura no puede más que arrojarnos cual ironía a la infinitización de una perspectiva central pero a través de un pasillo o vestíbulo que como tal, conecte la más pura interioridad y la más pura exterioridad espaciales.

        La titulación de las obras a través de temas musicales no es inocente: un ritmo que nos acompaña pero que nos abandona en el  poder mirar más allá de lo que podemos ver, insinuándonos la pureza de los secretos que cada uno de nosotros llevamos en nuestras búsquedas.

        Agustín Sirai nos propone lo mismo pero que no es idéntico. Fragmentos y restos de supuestas islas, suelos o tierras, vestigios flotantes de una naturaleza despiadada y armónica al unísono, etéreamente encapsuladas en un vacío sin sostén. Lo gravitacional aquí como escenario promueve a la disolución y construcción de formas  como pantalla mágica o telón de fondo. La duplicación de la escena en este caso es frontal, constituyendo una ventana de la ventana, convocándonos desde un espacio anterior a la tela a un otro posterior de la misma, casi expulsándonos del escenario tras el acertijo de encontrar algo detrás como supuesta verdad.

        Otro modo de salirse de la representación en sentido clásico para quebrar la Realidad en lo Real, donde el tiempo y su experiencia dejan marcas imperceptibles a menos que estemos dispuestos a vivenciar los cambios y abandonar el resto de las percepciones.

        Lo pictórico incita a la búsqueda y a encontrar sostenes para que la inexistencia o lo ficcional no se caigan; un video que nos desafía a pasar veinticinco días en tres horas para dejarnos entrever que el mensaje subyacente ha llegado o demasiado temprano o quizás demasiado tarde; un llamado telefónico al anonimato generalizado de cualquier pasante  y, en todos los casos, lo irreal que deviene realidad.

        Dos artistas y quizás tres espacios: el anterior, el posterior y el proprio, tras la búsqueda de un tema inexistente en cuya triplicación la representación visual nos pone ante el laborioso trabajo de lectura de una mirada en la minuciosidad del detalle y del fragmento.

        En los “lugares comunes” de Salvo-Sirai, sus voces declaman un cruce de sitios en la experiencia directa de la unidad de un cuerpo, a cuya totalidad orgánica parecieran adecuarse los lugares, implicando necesariamente un engaño: para penetrar hasta la supuesta posición de lo verdadero hay que destruir su unidad, concentrándose uno por uno en sus aspectos por separado, y luego permitir que este elemento coloree toda nuestra percepción. Un modo de decirnos también que no es lo mismo el acto de ver que el de mirar más allá del ojo.  En ambos casos, algo o alguien siempre pareciera marcharse pero siempre algo o alguien pareciera estar llegando.

        Tanto en el caso de Hernán Salvo como en el de Agustín Sirai, uno debería renunciar a la noción trivial de una realidad primordial, plenamente constituída, donde la vista y los otros sentidos se complementaran armoniosamente entre sí: en cuanto ingresamos al orden simbólico que nos proponen, una hiancia insalvable separa para siempre al cuerpo humano de su lugar.

        Vemos cosas porque no podemos mirarlo todo. He aquí donde se cruzan los lenguajes visuales de estos dos artistas: una gramática que le da peso y gravidez a la escena enraizándola en su apoyatura como en el caso de Salvo, o una semántica que disuelve todo sostén de la imagen como en Sirai, para marcarnos en ambos, que la hiancia que separa el lugar del cuerpo es la misma que separa lo Real de la Realidad.

        En ambos encontramos un recurrente movimiento escénico de lo sido o de lo que está por-venir, tanto en el “des-habitar” el lenguaje de la imagen de Sirai como en el “habitar” la sintaxis reflexiva de Salvo.

        Ambos parecieran preguntarse: cómo es que los lugares dan sentido? Cómo es que produce la mirada efectos poéticos? Quizás con la búsqueda de códigos de lo contingente que ellos mismos constituyen sigilosamente.

        El paso para dejar de ver y más profundamente mirar de este trayecto, sería el pasaje de la posición, permaneciendo fiel al acontecimiento, asumiendo su lugar pero sin querer representarlo. Darle pregunta a los lugares, como hacen estos artistas,  mantiene el espacio abierto para que se den las rupturas en las continuidades entre los cuerpos y los lenguajes.

        Dos artistas y una misma poética que conjugan sin saber los verbos que van desde Van Eyck hasta Magritte en la infinitización de los cuatro espacios estéticos por lo que lucha toda historia de toda percepción visual.



        Hernán Salvo y Agustín Sirai: una manera de proponernos mirar lo exiliado en nosotros mismos.





lunes, 24 de marzo de 2014

El último cigarrillo eterno




















El último cigarrillo eterno
(No man is an island)

Alguien buscó las hojas de tabaco y las picó. Alguno envolvió la mezcla con una lámina de papel y formó un rollo. Uno consiguió fuego y encendió el cigarrillo por un extremo, aspirando con la boca desde el otro. ¿En qué parte de las islas de AgustínSirai están los autores de estas acciones?
No existen hombres en esos trozos de bordes imprecisos que flotan, mayormente, en el centro de las silenciosas piezas; tampoco en sus pinturas minuciosas de “inventarios de taller”. Sí quedan insuficientes rastros de una presencia, que cuando vino la oscuridad acampó en el lugar. Dejó ropa, instrumentos, libros; vestigios ligeros que hablan poco de aquel que ahora falta. ¿Llegó un remolino y se lo llevó? Aunque la tempestad se aquietó y tras la noche vino el alba, ese otro aquí no amaneció.
Como el último y eterno cigarrillo del título, la perspectiva de las islas imaginadas por el artista combina un tiempo pasado, presente y futuro. Sin principio ni fin, una acción circular sucede en un escenario casi fantasmagórico. Algo pasó, está pasando, habrá de pasar allí, en esos islotes suspendidos y, quizá, a la deriva.
La nada es una latente amenaza pero, en evidente contradicción, mucho permanece en estas pinturas que se detienen amorosamente en los detalles. El desarraigo es una constante, tanto como cierta resistencia que anuncia la expansión de la esperanza.
Sirai, que trabaja todos los días en su taller y enseña en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, suele hablar de la ausencia como algo “inevitable”. La presencia de la ausencia es poderosa en estas piezas, quizá como olvido, también como irrupción de la soledad.
Mientras que en algunas instancias, las obras describen la llegada de un invierno que mata los colores y deja al suelo yermo -con árboles tristes que perdieron su follaje y se disuelven en la bruma-, en la atmósfera romántica de otros archipiélagos aparecen indicios que desmienten lo inevitable de la catástrofe: despunta la primavera y corre el agua, los pájaros se insinúan y las plantas reverdecen.
Ni islas de la muerte ni de las lágrimas, los sutiles trabajos incluso reflejan materia, movimiento y tiempo. A pesar de sus paisajes desolados, las obras aluden a la eternidad y proclaman vida, extinciones y renacimientos.
Los conjuntos solitarios (otro oximoron) creados por el artista bien pueden ser vistos como metáforas de las relaciones humanas. Al considerar las conmovedoras y penetrantes pinturas, el observador -¿deseando, acaso, cambiar las intenciones del artista?- recuerda palabras del poeta metafísico John Donne. “Ningún hombre es una isla, entero en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la Tierra… (…) La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por eso nunca quieras saber por quién doblan las campanas; doblan por ti” (Devotions upon Emergent Occasions -Meditation XVII, 1624).
Sirai persiste en la pintura.
Fin.



Victoria Verlichak